Fusión de Actores, Simbolismo, Tradición y Ceremonias
Quisiera agradecer en primer lugar la colaboración de mi erudito amigo Miguel Pérez Martínez, por ayudarme con esta valiosa información y brindarme su riqueza de conocimientos.
Un cordial saludo
Dominus Owen Markham
Introducción
La población de Orce, cuna de los primeros pobladores de Europa, conserva actualmente un rico patrimonio inmaterial donde se entremezclan diferentes personajes, simbolismos, tradiciones y actos en una de sus fiestas más importantes: las fiestas en honor de san Antón y san Sebastián.
El siguiente artículo nos acerca al conocimiento de esta fiesta y a los orígenes de cada uno de sus personajes, comprobando nuevamente que las Fiestas de Moros y Cristianos son camaleónicas, es decir, no representan en sí la Reconquista o la Edad Media, sino que más bien incluyen o recogen diferentes episodios que han formado parte de la historia desde el Medievo hasta la actualidad, pero, a su vez, han ido fusionando otros elementos o festejos de diferentes épocas haciéndolos estos como parte de sí mismas.
Resumen
Situada en el altiplano granadino oriental, la villa de Orce, cuna de los primeros pobladores europeos, conserva en la actualidad un rico patrimonio cultural inmaterial en el que se mezclan diversos actores, símbolos, tradiciones y ceremonias en una de sus festividades más notorias: las fiestas en honor a San Antón y San Sebastián.
El presente trabajo nos acercará al conocimiento de estas fiestas y al origen de sus participantes. Se demuestra una vez más que las fiestas moriscas y cristianas son camaleónicas, es decir, que no solo simbolizan la Reconquista española o la Edad Media, sino que engloban múltiples acontecimientos históricos desde la época medieval hasta la actualidad, pudiendo combinar componentes heterogéneos incluyendo distintas fiestas de distintas épocas y haciéndolas parte de las propias.
1. Hacia el descubrimiento y el conocimiento de las fiestas de Orce (Granada)
Durante muchos años he asistido a las fiestas en honor de san Antón y san Sebastián de la población de Orce junto a amigos, no solo para conocerlas y vivirlas, sino también para disfrutarlas sin olvidar las innumerables poblaciones que, gracias a sus festeros, me han hecho introducirme con profundidad en su pasado y presente. Tras un largo proceso de estudio e investigación, el 10 de abril de 2015 defendí mi tesis doctoral, Moros y cristianos en el mediterráneo español. Antropología, educación, historia y valores, en la Universidad de Jaén. A partir de ella descubrí piezas de un puzle que aún permanecía sin ser formado completamente y que cada población ha ido reconstruyendo a través de la revelación de documentos inéditos públicos o privados que han tambaleado los cimientos sobre los cuales se sustentaban, pero que significan su cultura, su tradición, su pasado y, cómo no, su presente. He aquí un claro ejemplo con la población de Orce en la provincia de Granada[1].
2. La fiesta en la actualidad
Las fiestas de Orce son celebradas en cinco días, dividiéndose de la siguiente manera: 16 y 17 de enero, en honor de san Antón; 18, día suelto denominado de la Zorra, 19 y 20 son destinados a la celebración de san Sebastián.
El día 16 de enero la fiesta comienza a la 15:30 horas cuando, desde la puerta del ayuntamiento, los soldados van a recoger al paje, vuelven nuevamente a la casa consistorial, donde se unen los danzantes y cascaborras para continuar hacia la iglesia parroquial y allí permanecen esperando el sacerdote. Una vez reunida toda la comitiva, se dirigen conjuntamente hacia la ermita de San Antón. Al llegar a esta, en fila de a uno, se compone un círculo en la puerta. Tras el saludo del capitán al abanderado, «baila la bandera», finalizando con el sonido de petardos y cohetes y el baile de los danzantes. Posteriormente se recompone la formación ocupando cada uno su sitio inicial y, acompañando a la imagen de San Antón en procesión, se regresará a la iglesia, repitiendo en su atrio todo el ritual ejecutado en la puerta de la ermita.
Al terminar el mismo, se dejará el santo dentro de la Iglesia y la formación dando la vuelta a la Plaza se dirigirá a la misma entrando por el paso situado junto al Ayuntamiento, para por tercera vez, repetir el ritual del baile de la bandera y los danzantes. Tras ello y ya sin danzantes se procederá en desfile a acompañar al paje a su casa y después dejar la bandera que, esa tarde, se quedará en el cuartel de la Guardia Civil, para después regresar a la puerta del Ayuntamiento donde se romperán las filas (Cañabate y Martínez, 2012: 150-152).
El día 17, dedicado a san Antón, se comienza el día con un caldo reparador. Los soldados recorren las calles del pueblo recogiendo a los diferentes personajes para asistir a misa, la cual esta estará presidida por el capitán y nueve soldados previamente escogidos y entrenados que subirán al altar donde, en su perímetro, seguirán las instrucciones del corneta de órdenes. A su término, se dirigirán todos a la plaza, donde se efectuará el ritual de baile de bandera y los danzantes. Tras ello, se dejará la bandera en casa del alcalde.
El tercer día, conocido como de la Zorra, se repiten los actos y horarios del día anterior, incluyendo la misa. Tras su finalización, la comitiva devuelve a san Antón a su ermita repitiendo el ritual de la tarde del 16.
A las 17’00 horas comenzará el desfile de la Zorra, partiendo a esa hora con la formación habitual, dando un pasacalles alrededor de la plaza para pararse en la puerta del Ayuntamiento, donde se efectuará el cambio de insignia que simboliza el traspaso de organización de las fiestas. Tras ello comenzará un desfile con una única fila en la que los soldados habrán prestado sus gorras a los miembros de la comisión entrantes y salientes, para todos juntos, y ya en tono más distendido, dar un pasacalles por el itinerario de las procesiones. Tras ello se dejará la bandera en la casa del Juez de Paz (VV. AA., 2011).
Al anochecer, una nueva comitiva sale a las calles con un tambor y anuncia los vítores, es decir, las copillas que, en tono carnavalesco, serán dirigidas a personas que han destacado en dicho año.
El día 19, vísperas de San Sebastián, a las cuatro de la tarde, a los personajes antes descritos se unirán las tropas cristianas para dirigirse a la ermita de San Sebastián, donde se repetirá el mismo ritual de la ermita de San Antón. De regreso a la iglesia, la comitiva será asaltada por las tropas moras, quienes atacarán a la altura de la carrasca. Haciéndose con el control la comitiva, le dan la vuelta al santo y continúan la marcha. Cerca del destino, una revuelta de los cristianos acaba con la entrega de los moros, a los que se les integrará. Entre el castillo y la iglesia, se formará un corro grande en el que se repetirá el ritual del baile de la bandera y los danzantes, junto con el de los moros.
Al acabar se formarán dos filas, desde el corro hasta la entrada de la Iglesia, en posición de presentar armas, para que San Sebastián avance portado por los cristianos hacia la iglesia por el centro de estas filas. Una vez el Santo en la Iglesia se realizará un pasacalles por el itinerario habitual de las procesiones para acabar en la Plaza y dirigirse ya, sin el resto de la comitiva, a dejar el paje y la bandera, que ese día toca en la casa del cura. Tras ello, se regresará al Ayuntamiento, donde se romperán filas (VV. AA., 2011).
El día 20, a la soldadesca se le sumarán moros y cristianos siguiendo los mismos rituales que el día de San Antón por la mañana. Después de misa, la comitiva acompaña al santo a su ermita. Tras dejar el paje en su casa, se regresará a la plaza para romper filas hasta el año siguiente. Por la tarde, los niños imitarán a sus mayores representando a los diferentes personajes de la fiesta[2].
2.1. Aproximación histórica a la fiesta
La fiesta, como hecho vivo, fenómeno cultural, social, histórico y religioso que es, está continuamente evolucionando, desarrollando sus propias esencias —que son múltiples— y características más fundamentales. No puede anclarse, pararse y tiene forzosamente que adaptarse al tiempo para mejor y más ampliamente imbricarse en el pueblo. No se olvide que la fiesta nace del pueblo, lo hace el pueblo y va a ese mismo pueblo (Espí y Valdés, 1995).
Diferentes investigaciones acerca de las Fiestas de Moros y Cristianos encuentran ciertos parecidos de estas con otros tipos de fiestas como la naumaquía romana[3], sibka árabe[4], torneos medievales[5], mascaradas[6], representaciones teatrales[7], dance aragonés[8], festejos cortesanos[9], escaramuzas de guerrillas[10] y el Corpus Christi[11].
La fiesta en el Medievo, como era de esperar en momentos difíciles dentro de los estados, no solo tenía la función de divertir a las poblaciones, sino que actuaba, a su vez, como influencia doctrinaria y contribuiría a moldear la mentalidad colectiva de los ciudadanos. Tal y como expresa M. Á. González Hernández: «Desde los primeros momentos de la reconquista cristiana a mediados del siglo xiii, se generalizan en España este tipo de festejos, que aunque en muchos casos son originarios de la tradición bélica romana, varían en el disfraz o vestimenta utilizado, ya que en fiestas del Corpus o Semana Santa en la Edad Media, era frecuente usar el vestido a la Antigua Española, así denominado a veces el traje de los romanos. Con el dominio de la península ibérica por parte de los cristianos (en el sentido amplio, castellanos, catalanes, aragoneses, etc.), se hace frecuente en numerosas fiestas el enfrentamiento entre dos bandos: uno, moro, y el otro, cristiano» (González Hernández, 1999: 141).
En el siglo xv destacan los nobles don Álvaro de Luna (maestre de la orden de Santiago, «fue muy inventivo y muy dado a hallar invenciones, y sacar entremeses en fiestas, o en justas, o en guerra») y el condestable Miguel Lucas de Iranzo, y la fiesta de juego de cañas celebrada en Jaén en 1463 con la participación de este y de doscientos caballeros, divididos en moros y cristianos.
Un episodio clave en las comarcas de Baza y Huéscar, y que no debemos dejar de lado, fue la sublevación de los moriscos. La población de Orce se situaba en un lugar crucial, pues los moriscos del altiplano de Granada se alzaron en Galera tan fuertemente que les fue imposible reducirlos, tanto a los soldados de Baza como a los de Huéscar. El 10 de febrero de 1570, don Juan de Austria ganaba a los moriscos de Galera, considerándose esta batalla como una de las más sangrientas. Dicha localidad fue destruida completamente y su suelo labrado y sembrado de sal. Los moriscos de la zona que sobrevivieron fueron dispersados por todo el interior de España, e incluso se marcharon al continente africano. Otros cruzaron el Atlántico en busca de una nueva vida y hubo quienes, en cambio, le dieron lealtad al rey Felipe II (Martínez Pozo, 2008: 94-95).
Cerca de ciento veinticinco casas hundidas y quemadas, otras tantas vacías y otras ocupadas por quienes no eran sus dueños. No podemos saber cuántos moriscos urcitanos murieron en el sitio de Galera, pero la ira y la venganza se desataron en Orce contra sus casas por aquellos que, contemplando la iglesia y sus casas quemadas, se refugiaron en la fortaleza con el alcaide Melchor de la Serna. La ira de D. Juan de Austria también pasó por Orce (Carayol, 1993: 96).
La decadencia del Estado español, unida a la expulsión de moriscos (en 1610, unos 2 000 moriscos del reino de Granada y otros 30 000 en el resto de Andalucía), creó el espíritu de cruzada contra el Islam español, coronando su última cima. Después, una institución híbrida de Estado e Iglesia, la Inquisición, veló con celosa suspicacia sobre los conversos de origen judío y musulmán, amenazándolos con tormentos y sin piedad. Constituyó un instrumento político e ideológico para lograr la uniformidad, mediante el ejercicio sistemático de la intolerancia, la censura y los procesamientos. El trasfondo histórico que acabo de evocar forma el contexto de hazañas y traumas recogidos por los vencedores en los dramas de moros y cristianos. Todo estos acontecimientos fueron tomados como escenarios por dramaturgos para sus obras, entre los que destacaré a Ginés Pérez de Hita, Lope de Vega y Calderón de la Barca, entre otros.
Dos intervenciones se pueden destacar en cuanto a las fiestas: en primer lugar, el rey Felipe II, a quien, además de gustarle mucho este tipo de representaciones, se le une la creación de milicias o soldadescas en pueblos y ciudades debido a las incursiones de piratas berberiscos (Martínez Pozo, 2013: 58-59). Esta directriz regia puede relacionarse con la proliferación, desde fines del siglo xvi, de las soldadescas o ejercicios bélicos festivos, donde los paisanos se entrenaban en el uso de las armas de fuego[12]. La segunda es la Compañía de Jesús, que transformó «los teatros en púlpitos y las comedias en sermones disfrazados» (Brisset y Parrondo, 1989: 95-101).
2.2. La creación de las milicias y soldadescas. La incorporación de otros ritos
Remontándonos siglos antes, el alardo o alarde es una palabra árabe con carácter militar. Se podría decir que era la revista de las tropas árabes que hacían las autoridades musulmanas en las ciudades y así comprobar el estado de las milicias locales militares para la defensa de dichas ciudades. Cuando ese alarde árabe es imitado por los cristianos, seguirá manteniendo todo su carácter militar, apareciendo, primero, como una revista de tropas cristianas de caballería (luego también, tropa de a pie, siglos xiii-xv); después se utilizará para exigir la demostración de la categoría social de caballero para ser elegido para los cargos municipales de las ciudades y villas (siglos xiii-xv), y, finalmente, será obligatorio en las fiestas locales y en las rogativas públicas (siglos xv-xvi) a través de las ordenanzas militares de la época, donde se señala que se hagan maniobras militares para mantener en forma a las milicias locales militares (González Hernández, 1999: 256-266).
Debido al peligro de las continuas incursiones de piratas berberiscos, muchos de ellos moriscos expulsados que solían contar con apoyo local, se reglamentó en 1571 la erección de reductos militares en lugares estratégicos de las costas, así como la obligación de los leales súbditos de poseer arcabuz, espada, rodela, alabarda, partesana o cualquier otra arma enastada y organizarse en las milicias concejiles (Oriol, 1935: 511). Los habitantes de localidades cercanas al mar debían estar siempre prevenidos para acudir con armas y comida a la llamada de auxilio de cualquier lugar atacado.
Felipe II, presionado por la nobleza, formó cofradías o gente de armas. La Milicia General del Reino se formaba por varias compañías de cien soldados cada una, mandadas por un capitán, un alférez y un sargento, que eran elegidos desde 1584 por el concejo de entre los hidalgos más relevantes, además de por cuatro cabos, que mandaban a veinticuatro soldados cada uno de ellos (Martínez Pozo, 2015: 316). El capitán utilizaba una banda roja como distintivo, el alférez la bandera que tenía que ondear o bailar y podía contratar a un abanderado para que la portara y la banda roja, y el sargento una alabarda (Barrachina, 2002: 188-191).
Esta modalidad de diversión ruidosa y aprendizaje militar alcanzó tal extensión, que llegó a constituirse en elemento esencial de casi toda fiesta, apareciendo incluso en las fiestas escolares de los jesuitas, donde sus alumnos escaramuzaban organizados en compañías de arcabuceros (Brisset y Parrondo, 1989: 95-101).
Aparte, en algunas ciudades había músicos que solían tocar pífanos o tambores, transmitiendo órdenes de acuerdo con su toque (Barrachina, 2002: 188-191).
Con Felipe III es institucionalizada la milicia permanente a partir de hombres comprendidos entre los 18 y 50 años. Este estamento militar experimentó una favorable respuesta en el ámbito geográfico del antiguo reino de Granada debido a las incursiones berberiscas.
Durante este período, las representaciones de moros y cristianos empiezan a tener su máximo esplendor, pues no había ciudad o localidad que no las festejase. Motivos sociológicos, políticos y religiosos había más que suficientes, tanto internos como externos a la península ibérica (Martínez Pozo, 2015: 129). En los siglos xvi-xvii se introduce la costumbre de solemnizar la fiesta del santo patrón del pueblo o ciudad, con simulacros de moros y cristianos. Este es el caso de Alcoy (Alicante) en 1511, Elche (Alicante) en 1521, Villena (Alicante) en 1551, Xàbia (Alicante) en 1561, Orihuela (Alicante) en 1579-1580, Almansa (Albacete) en 1586, Caudete (Albacete) en 1588, Bayarque (Almería) en 1627, Lúcar (Almería) en 1652, Alcoy (Alicante) en 1688 o Caravaca de la Cruz (Murcia) en 1682, donde acompañaban a la cruz por medio de la Guardia de la Vera Cruz (armados), y el «alarde» o soldadesca, cuya misión era fundamentalmente la de lucimiento, agasajo y festejo[13]. Y es aquí, en este justo período de tiempo, cuando nos encontramos con el primer dato de Orce, allá por el año 1639, en el que «celebró la fiesta de su patrono con misas, procesión, representación de moros y cristianos con capitán, alférez, sargento y tres cabos, especificándose los gastos de pólvora y de la comedia» (Brisset, 1988).
Como bien podemos observar, diferentes aspectos descritos anteriormente ya se daban en Orce en el siglo xvii bajo la influencia de la creación de milicias y soldadescas, y la costumbre de solemnizar al santo patrón local con representaciones de moros y cristianos. Según M. Á. González Hernández:
En el momento en el que aparece el carácter festivo, es cuando la documentación hace referencia a la palabra «alardo» refiriéndose a la salida de vecinos vestidos, a su manera, de soldados que realizarán salvas de arcabucería en rogativas públicas (mayoría de los casos) o saldrán en las fiestas locales imitando compañías de arcabuceros utilizando los cargos militares de capitán y alférez, también haciendo salvas de arcabucería (siglos xvi-xviii). Será en el siglo xviii cuando se utilice la doble denominación de «alardo» y «soldadesca», para la salida de vecinos uniformados al estilo de los soldados, desfilando por las calles con acompañamiento musical y manteniendo el disparo de salvas de arcabucería (González Hernández, 1999: 212).
Las milicias celebraban el denominado alarde de armas, donde el capitán pasaba revista a sus soldados, los cuales desfilarían en dos hileras marcando el paso al ritmo de la música, normalmente de pífanos y tambores. En 1668, en Alcoy, atendiendo a Carbonell en su Célebre centuria:
En la tarde se hacen algunos ardides de guerra, dividiendo la compañía en dos tropas, componiendo la una los Christianos y la otra los Moros, que sujetos a liciones de milicia se están beliciosamente arcabuzeando (Carbonell, 1672).
Así, tenemos ejemplos de forma de desfilar en dos hileras en Yecla, Beneixama o Zújar. En otras se perdió esta forma, debido, por un lado, al incremento de festeros (como es el caso de la localidad de Benamaurel, donde, por influencia valenciana, se incorporaron las comparsas y escuadras a partir de 1978, dándole otro enfoque y perspectiva a la fiesta[14], al igual que en la localidad de Llutxent, que conservaron la antigua forma de desfilar hasta la reestructuración de las fiestas en 1979) y, por otro lado, en otras, debido a la gran cantidad de personas que querían participar, ampliaron el número de filas, comenzando a desfilar en bloques, como es el caso de Sax o Villena. Otros pueblos donde se conserva la soldadesca en su estado más puro son Irú, Ondarribia y Antzuola, en Guipúzcoa.
Tanto el alardo como los personajes militares que formaban parte de la comitiva, en gran parte, siguen vigentes perfectamente en las actuales fiestas sin la incorporación a la soldadesca de las diferentes modificaciones realizadas por Felipe V en el ejército español. Seguramente, por entonces, la soldadesca vestiría, al igual que ocurre en otras poblaciones de las que se tiene constancia, con el traje «a la alemana» o «antigua española», que era de color marrón, aunque este se modificaría con el trascurso de los años.
Por cercanía hablaremos de la ciudad de Huéscar, donde se tiene constancia de que, junto a la romería de la Virgen de la Cabeza, la fiesta contó con la presencia de una soldadesca, así como de flautas, tambores, alabardas, paje y bandera; simbología que podría tratarse de una posible presencia de Fiestas de Moros y Cristianos que posiblemente tuvieran a su vez una representación, al igual que ocurre en localidades cercanas del altiplano granadino (comarcas de Baza y Huéscar). Los oficiales de la soldadesca tomaban las insignias de sus cargos (bastón, bandera y alabarda) al término de la procesión de la ermita y quedaban nombrados para el año siguiente. La soldadesca actuaba en dos momentos: la víspera y el mismo día de la fiesta (Pulido, 2009).
Como fiesta que ha ido adaptándose y fusionando otras, la soldadesca de Orce es un claro ejemplo de ello. Tal y como dicen sus instrucciones elaboradas en un pequeño libreto:
Dice la tradición que serán soldados de San Antón aquellos mozos entrados en quintas… Por ello la indumentaria será la de uniformes del ejército actuales o de los últimos años de cualquiera de sus cuerpos, uniformes completos, con gorra o boina, camisa, pantalón, cinturón y botas. Para el desfile se dispondrá de una escopeta […] Se desfilará en dos filas, al mismo paso marcado por los tambores (Cañabate y Martínez, 2012: 249).
Como fiesta civil más que religiosa que es la soldadesca, la influencia de la mili ha quedado patente entre los orcenses. Hasta el año 2001, cuando fue abolida, los quintos o mozos que habían sido llamados para realizar el servicio militar solían hacer una fiesta denominada la «fiesta de los mozos», aún viva en algunas poblaciones, y que se consideraba un ritual de paso entre la adolescencia y la etapa adulta masculina. Aparte de poseer sus fiestas propias, como eran el «día de la talla» o el «día del sorteo», también intervenían en otras, trasladándose rituales de unos a otros ciclos. Ese es el caso de Orce, donde a la antigua soldadesca se incorporó, fusionándose en perfectas condiciones, la importancia que para el pueblo tenía la incorporación masculina a la etapa adulta. Una manera de celebrarlo por medio de sus fiestas grandes. Y es más: en esta población del altiplano de Granada, se mantiene en su estado más puro el desfile en dos hileras marcando el paso al son de la banda de tambores y cornetas que se sitúan siempre tras ellos en los desfiles. Tal y como viene en sus instrucciones:
Deben adoptar la misma actitud que estos (los soldados). Tocará la caja el redoble para bailar la bandera y un corneta dará las órdenes de inicio y de parada de los desfiles y para acompañar la misa. En la víspera de San Sebastián, a la salida de la ermita, deberán tocar paso lento hasta dar la vuelta la misma. Durante las luchas de moros y cristianos mantendrán su toque en todo momento para indicar a los soldados que deben mantener el paso (Cañabate y Martínez, 2012: 254).
Es de destacar la indumentaria de los tambores y cornetas, quienes van vestidos muy parecidos al grupo actual de las Fuerzas Regulares Indígenas creadas por una Real Orden del Rey Alfonso XIII firmada en Madrid el 30 de junio de 1911, las cuales hoy están representadas por los Grupos de Regulares de Melilla n.º 52 y Ceuta n.º 54, siendo las más condecoradas del Ejército español. Dicha indumentaria consta de un uniforme color kaki o garbanzo, correaje de cuero, capa blanca (alquicel) o azul (shulam) y un característico gorro rojo (tarbuch).
2.2.1. El paje y el alférez
Dentro de las fiestas de Orce nos encontramos con un personaje: el paje. Según cuenta la tradición:
Representa la inocencia de la fiesta, por lo que estará encarnado por un niño o una niña de entre cinco y diez años. La ropa la proporcionará la organización e irá vestido con un gorro tocado con una pluma, una camisola y un pantalón corto bombacho, todo del mismo color que será azul con San Antón y de rojo con San Sebastián, leotardos blandos y calzado a juego lo más cómodo posible (Cañabate y Martínez, 2012: 252).
Tras el estudio e investigación de las fiestas, apreciamos que este personaje es conservado en aquellas poblaciones donde poseen unas arraigadas y tradicionales Fiestas de Moros y Cristianos. Son el caso de Caudete, Sax, Petrer, Castalla, Abanilla, Yecla y, hasta hace pocas décadas también en Beneixama, Biar y Onil (Domene, 2015: 67), procediendo de la soldadesca y, con ella, de las antiguas fiestas reales y de la fiesta del Corpus (Domene, 2008: 11-17).
Históricamente, el paje, como institución, se conocía ya en el antiguo Oriente, pero fue sobre todo durante la Edad Media, y en Europa, donde adquirió importancia, existiendo diferentes categorías:
– De armas o de lanza, los cuales les servían a su señor o capitán cuando los necesitaba.
– De guion, quienes llevaban un pendón o estandarte del jefe militar.
– De jineta o lancilla, los cuales acompañaban al capitán, llevando una lanza dorada, de dimensiones reducidas, tocada con una borla, distintivo de aquel empleo e insignia de los oficiales de infantería.
– De cámara, de bolsa, de hacha, de rodela, entre otros.
En el siglo xvii, a partir de la guerra de los Treinta Años, la institución fue desapareciendo progresivamente y restringiéndose a la esfera real: las escuelas en que se preparaban dieron origen a las academias de caballería (Vázquez, 2007).
Está claramente constatado que la figura del paje está íntimamente relacionada con el rodelero.
El rodelero era el soldado que usaba la rodela o escudo redondo para defenderse, pero también era el paje de armas que llevaba la rodela de su superior. Los pajes o ayudantes de los soldados que llevaban sus armas, su lanza o su rodela son los que se han conservado en las fiestas de moros y cristianos con diversas denominaciones. Los jóvenes o niños que llevaban el escudo redondo (rodela) para proteger al rodelero, arcabucero o mosquetero, se han conservado en algunas localidades en la figura de un niño o una niña que recibe el nombre de Rodella en Petrer, Ángel de Rodella en Castalla, Paje en Sax y Abanilla, Vengaleta en Biar (citado a principios del siglo xx) o Volante en Caudete […]. El paje, volantes, o rodelas de las fiestas de moros y cristianos son niños o niñas que han de caminar delante o cerca del capitán en todos los actos en los que participa la arcabucería (Domene, 2015: 68).
En muchas poblaciones, durante el siglo xviii, las Reales Cédulas de 1777, 1780 y 1785 llevadas a cabo por Carlos III prohibiendo la presencia callejera de ciertos personajes, así como bailar y danzar en el interior de las parroquias, tuvo que repercutir haciéndolos desaparecer.
Por lo qual se manda que en ninguna Iglesia de estos Reynos, sea Catedral, Parroquial o Regular haya en adelante Danzas, ni Gigantones, sino que cese del todo esta práctica en las procesiones, y demás funciones eclesiásticas, como poco conveniente a la gravedad, y decoro que en ellas se requiere…[15].
No fueron pocos los religiosos que se opusieran a la celebración de ciertas costumbres asentadas en las poblaciones durante el siglo xvii y principios del xviii perjudicando notablemente en la continuidad de muchas tradiciones.
Según parece, en las manifestaciones religiosas siguió practicándose con una aptitud poco coherente. El arzobispo Simón López publicó una pastoral en mayo de 1831 referente a la manera de comportarse en las procesiones, especialmente en la del Corpus, prohibiendo figurasen en ellas gigantes y enanos, danzas y comparsas, cohetes y arcabucería, misterios y carrozas, porque restaban seriedad y devoción al acto. El decreto repercutió favorablemente con una participación más solemne. Durante el siglo xviii se emancipó el acto, conociéndose como «Procesión en acción de gracias». A continuación, pasó a denominarse «procesión cívica» (Poveda, 2007).
Queda constancia de que, durante el siglo xix, se mantuvo esta figura en algunas localidades, haciéndose referencia a ella en escritos realizados por viajeros o eruditos. Es el caso de Alcoy, donde el erudito y viajero catalán José Antonio Llobet i Vallosera presenció la fiesta alcoyana escribiendo estas palabras:
En los momentos en que no hay combate y en que se disparaba por gala, va delante de cada capitán, a unos diez pasos de distancia, un muchacho vestido según su bando, que lleva una pequeña rodela en la mano izquierda y en la derecha un bastoncito de mando y un pañuelo, siendo sus funciones el espiar el momento que el capitán tiene que tirar, y entonces se para y se vuelve, adelanta un pie, echa el cuerpo adelante como para hacer un gran esfuerzo y después del disparo le hace un saludo gracioso con el bastón y pañuelo, se vuelve y prosigue su marcha[16].
Otro municipio cercano a Alcoy y de la provincia de Alicante, interesante de destacar, es Bihar, donde su fiesta del año 1838 está detallada minuciosamente por un periodista madrileño haciendo referencia a un niño vestido de ángel:
… los moros y los cristianos se divierten en pasear por las calles haciendo fuego, precedida cada comparsa por un niño vestido de ángel, que con una pequeña rodela en la mano sirve de blanco a los tiros de los jefes, dando una vuelta ligera apenas ve disparado el arcabuz (Poveda, 2007).
En Onil se cita el ángel de la Rodella en una relación de las comparsas en el año 1866: «Romanos, con una vestimenta de las falanges romanas. Vizcaínos, con abanderada, Sacerdote y Médico y el Ángel de la Rodella» (Sempere, 1990: 17).
Durante el siglo xx, esta figura desapareció en algunas poblaciones, como Alcoy o Villena. En otras se ha recuperado recientemente, como Castalla y Biar. Pero hay muchas que siguen manteniéndolo desde sus orígenes, como es el caso de los pueblos murcianos de Yecla y Abanilla.
Abanilla. Es un municipio que ha sabido mantener sus tradiciones. Con motivo de la aparición de la Santa Cruz vienen celebrando desde 1770 una romería a Mahoya. Con la participación de la antigua soldadesca y de una figura de origen cortesano como es el Paje. El atuendo que lucen es prácticamente el originario, como el citado en la ordenanza de Yecla, correspondiente a los siglos xvii o xviii. Son dos niños, uno para cada capitán, con vestimentas femeninas, cubren la cabeza con una peluca rizada con una diadema, el torso ceñido y la falda almidonada, cada día utilizan un color; el blanco, el azul y el rojo. La mano derecha sujeta un bastoncito con cintas. La danza que ejecuta ha quedado relegada a una reverencia versallesca como saludo ante el disparo del capitán. Luce su banda acreditativa cuando se encuentra con la Santa Cruz (Poveda, 2007).
Con el tiempo, el paje ha ido transformándose, superando las diferentes vicisitudes y convirtiéndose mayoritariamente en una figura decorativa unida al boato de la capitanía, como puede ser el caso de la localidad granadina de Orce.
Tras el estudio, comprobamos que el paje de las fiestas de Orce ha de tener su origen en los rodeleros de las antiguas milicias de la Edad Media y la Edad Moderna. Su participación en fiestas patronales venía acompañada de las milicias o soldadescas. Solían llevar un escudo redondo (rodela) y/o un pequeño bastón (vengala o vengaleta). Su aspecto angelical viene dado por su vestimenta dieciochesca[17], aunque hay municipios donde iban vestidos de ángel, como es el caso de Bocairent antes de su desaparición.
2.2.2. El alférez o abanderado
Otro personaje, vestigio de los antiguos alardes militares, que se ha mantenido en poblaciones cercanas, como son las fiestas en honor de la Virgen de la Cabeza de Huéscar y las Fiestas de Moros y Cristianos de Benamaurel o Zújar (Martínez Pozo, 2008: 151), es el alférez o abanderado, el cual también está presente en las de Orce, situándose delante del capitán y el paje.
En 1505 se creó la Guardia Real y su primer jefe, Gonzalo de Ayora, exige a los caballeros aspirantes al empleo de alférez «arrogante apostura y manejo de la bandera con donaire». Encontramos aquí una clara alusión al juego con las banderas, no solo en el campo de batalla, sino también con movimiento de los que hoy se denomina orden cerrado. A partir de entonces se documenta el ruedo de banderas, unido a las salvas de arcabucería y a los alardes de armas realizados por la soldadesca, en distintas partes del Estado (Domene, 2015: 70-71).
Así, nos encontramos con la denominación de ondear la bandera en el siglo xvii en Ezkioaga (Guipúzcoa) (Urbeltz, 1995: 85); jugar la bandera en Zújar, Benamaurel y Huéscar, o ruedo de banderas o balla de banderes en Alt Vinalopó y Foia de Castalla (Villena, Sax, Caudete, Castalla, Onil, Beneixama y Banyeres de Mariola), y rodar la bandera en localidades de la Región de Murcia como son Abanilla o Yecla.
2.3. La representación de Moros y Cristianos
Las justas, los juegos de cañas y los torneos…, entre otros, fueron desapareciendo a lo largo del siglo xviii, fusionándose algunos de sus aspectos en las Fiestas de Moros y Cristianos de las localidades. Es en este siglo cuando las Fiestas de Moros y Cristianos llegan «a su máxima madurez, pero han de pasar momentos azarosos en el reinado de Carlos III, cuando se promulguen leyes que prohibían la representación de los autos sacramentales (Real Cédula de 11 de junio de 1765), disolvían las cofradías (25 de junio de 1783) e impedían todos los bailes y representaciones en procesiones y atrios de las iglesias» (Jaramillo, 2005), regulando a partir de Real Cédula los festejos que estaban permitidos realizar para las celebraciones de acontecimientos reales. Dos años más tarde, un estricto control lúdico por medio de un edicto arzobispal hacía una serie de prohibiciones que afectaron socialmente a la fiesta[18].
La compañía de arcabuceros se independizó de las milicias en el siglo xviii, empezando a denominarse con el nombre de soldadescas.
Durante el siglo xviii pervive la costumbre del «alardo» de protección al patrón/a en sus recorridos procesionales, ya sea por rogativas o por fiestas patronales, el hecho es acompañar las procesiones, con una compañía de arcabuceros (soldados-milicias), en señal de simbólica protección heredada de siglos anteriores. Ejemplos de «alardos sencillos» con esta denominación o sin ella en el documento, pero con la salida de una compañía de arcabuceros (milicias locales) que realizan salvas de pólvora simplemente, aunque salgan los cargos de capitán y alférez, son los casos de Bocairent (1703), Castalla (1712), Caravaca (1722), Sax (1752), Petrer (1760), Aspe (1769), etc. Ejemplos de «alardos compuestos» con denominación en el documento de «soldadesca» o sin ella, pero con la salida de varias compañías de soldados (vestidos todos de cristianos o con un bando moro y otro cristiano) con cargos festeros de capitán y alférez, con acentuación del acompañamiento musical y del desfile de carácter militar, son los casos de Bocairent (1741), Villena (1750), Monforte (1769), Biar (1792), Ibi (1796), etc. Un ejemplo claro de doble denominación es el caso de Caravaca (1772) en el documento se habla del «alarde de soldados» y de la «soldadesca», citándolas en la misma fecha (González Hernández, 1999: 224).
Tanto unos como otros participaban desfilando en dos hileras, marcando el paso al son de la música (normalmente militar)[19].
Cambios históricos, económicos, sociales, culturales y políticos en Europa y en España trajeron innovaciones y renovaciones que influyeron en las Fiestas de Moros y Cristianos. Desaparecen en ciudades, se consolidan en localidades que se convierten en algo identificativo, desaparecen los gremios en 1813, más las fiestas reales y, por lo tanto, los simulacros de Moros y Cristianos en torno a ellas, pero se fortalecen aquellos que giran alrededor de las fiestas patronales. A partir de la segunda mitad del siglo xix comienza a existir una recuperación de las Fiestas de Moros y Cristianos en numerosas localidades, o bien el surgimiento de estas a partir de la adaptación de textos de pueblos vecinos o creando los suyos propios (Martínez Pozo, 2015: 168).
Aparte de la cita de 1639, donde hace referencia a una representación de Moros y Cristianos, no tenemos otro dato hasta 1822, cuando el jefe político de Granada se dirigió al Gobierno constitucional y quien, al hablar de Orce, sí nos especifica la fiesta, pero no nombra ninguna representación:
Suelen celebrarse con una especie de soldadesca entre moros y cristianos armados con escopetas, mosquetes y arcabuces, vestidos con la posible propiedad, los cuales figuran escaramuzas sobre el rescate del Santo, no sin mucho consumo de pólvora y también de comida y vevida[20].
Tal vez, los diferentes acontecimientos producidos a lo largo del siglo xviii y principios del xix hicieron que esta desapareciese, llevándosela algún vecino emigrante como recuerdo de sus antepasados y que, afortunadamente, más tarde fue utilizada para la realización de las Fiestas de Moros y Cristianos de la población de Carboneras en Almería (Cañabate y Martínez, 2012: 248), cambiando a san Antonio Abad o, más bien, san Sebastián[21], por san Antonio de Padua. Según R. Cala y López y M. Flores González:
Parécenos, por algunas alusiones al pueblo Urcitano, a la Sierra de la Sagra y a la ciudad de Huéscar, que son un arreglo de otras hechas para Orce, habiéndose añadido un combate naval. Los ancianos locales dicen que se trajo de Villajoyosa, a principios del siglo xix (Cala y Flores, 1918).
Y tiene totalmente lógica, pues en la representación de Carboneras aparecen versos como los siguientes, donde nos cita a la Sagra, que probablemente pudiera estar cubierta de nieve. Esto nos da a entender que se refiere a las fiestas de Orce, que son en enero, y no a las de Carboneras, que son en junio, sin tener en cuenta la distancia de esta última población, por lo que carecería de sentido que nombrase esta sierra:
¿No será mejor, señor,
mientras que tú aquí embarazas
la entrada a esos morillos,
que san Antonio se vaya
a la Gran Sagra de Huéscar,
que puede estar coronada
de copos de blanca nieve,
como el Santo tuvo el alma?
O estos otros:
Si yo a esta hora estuviese
de Huéscar, allá en la Sagra,
me ahorraría todo esto;
pero, paciencia.
Canalla, que me tienes a tus pies:
¡Quién te abriera por la panza!…
En cuanto a la indumentaria, para las tropas cristianas se comenzaría a utilizar, como en otras poblaciones cercanas, el uniforme militar[22], mientras que para las tropas moras, sábanas de lino y algunos tiznajos en la cara, acompañados de una escopeta que haría la función de espingarda[23]. Actualmente, en la población de Orce, y con el fin de facilitar la participación a la ciudadanía, desde la organización se compraron trajes de la industria de confección valenciana para desfilar, incluidas las armas. En las últimas décadas, la banda de música espera junto a los moros el momento del ataque, situándose detrás, y avanzarán tocando una marcha mora hasta donde se encuentra el santo.
Es de destacar que, en la procesión del día 19, y en los años 1991 al 1993, se realizó una breve representación teatral en el momento en que llegaban los moros a establecer contacto con los cristianos así como poco después, para que los cristianos retomaran el poder. Esta representación, realizada por Leandro Castellar, por entonces alcalde de Orce, no se ha vuelto a realizar con posterioridad (Cañabate y Martínez, 2012: 257).
2.4. Los danzantes de San Antón
Cuenta la tradición que:
Representan las tentaciones de San Antón en su retiro al desierto. Deben ir ataviados con camisa blanca, pantalón negro a media pierna, faja de color y lazos de colores cruzados en los brazos y en las piernas, donde acaba la pernera del pantalón. Llevarán corbata, leotardo blanco, zapatillas blancas de esparto y sombrero de copa negro con ramillete de flores de colores abrazadas por un lazo colocado al lado exterior del sentido de la marcha del desfile. Acompañarán a los soldados todos los días y bailarán su danza, siempre inmediatamente después del baile de la bandera. También asistirán a misas (Cañabate y Martínez, 2012: 253).
Desde el punto de vista musical, los danzantes de San Antón realizan una coreografía basada en un paso continuo con pequeños saltos. La música empleada está compuesta por tan solo dos acordes (I-IV de re mayor) que, tocados de forma continua, nos permiten percibir una cadencia plagal. El ritmo es ternario, escrito en compás de 6/8. Resulta curioso observar cómo el cambio de acorde se realiza en parte débil (en la última subdivisión) de dicho compás. Los instrumentos utilizados son: pandereta, platillos, botella, triángulo, laúd, bandurria y guitarras. Su motivo melódico tan repetitivo podría encontrar similitud con la intención, provocación o incitación constante por parte del diablo al pecado y los malos pensamientos.
Nos encontramos con danzantes de San Antón en Peloche (Badajoz), cuyo instrumento son las castañuelas; en Obejo (Córdoba), con su baile de espadas, o en Brozas (Cáceres), con la danza o torcido de cordón. También existe cierta similitud, aunque en estos casos son mayoritariamente utilizados los palos por los danzantes (acompañados o no por música), con los Negritos de San Juan de Montehermoso (Cáceres), con la danza de paleo de Vilvestre (Salamanca), los danzantes de Fuentelcésped (Burgos), los danzantes de Ochagavia (Navarra) o los de Almonacid del Marquesado (Cuenca), entre otras. Fuera de la península ibérica, hallamos ciertos lazos culturales de unión, especialmente en Inglaterra con los denominados Cotwold Morris Dance; en Finlandia con los grupos Helsinki Morrisers, cuyos orígenes se remontan a las «danzas moriscas», y en Hispanoamérica con los diablos danzantes del Corpus Christi. Si bien son desconocidos los orígenes de estos danzantes en Orce, podemos encontrar cierta conexión con danzas de festividades paganas de la Antigüedad cuya evolución ha llegado hasta nuestros días, y con danzas unidas a la ejecución de ritos agrarios ancestrales o guerreros cuya tradición tuvo continuidad en festividades cristianas.
Curiosamente, en muchas poblaciones los danzantes son denominados como diablos, teniendo cierta conexión con ese impulso inducido a obrar mal mediante la realización de una conducta dañina u omisiva, en definitiva, con una tentación. Y es más, en algunas de ellas van acompañados por un bufón o diablo que podría tener relación, en el caso de este estudio, con el cascaborras.
También podríamos situarlos con la llegada de los nuevos pobladores cristianos viejos, en los últimos años del siglo xvi y principios del xvii, quienes influyeron notablemente en estas tierras del altiplano granadino introduciendo sus tradiciones del extremo nororiental de la franja cantábrica, pues podríamos encontrar las raíces de los danzantes de San Antón, de acuerdo con sus pasos e indumentaria, en los dantzaris, que son las danzas más representativas del País Vasco y Navarra[24].
2.5. El cascaborras
Según la tradición oral, representa al demonio, que «llevará la cara pintada de negro e irá ataviado con una camisa y un faldón de colores, un gorro terminado en pico con lazos. Este portará una vara con lazos con la que amaga pegar a pequeños y mayores siendo el encargado de abrir los desfiles delante de los soldados, así como de despejar los corros cuando se baila la bandera o los danzantes» (Cañabate y Martínez, 2012: 253).
Se desconoce su antigüedad en la población, aunque no deja de ser curiosa la conexión con otros personajes de la altiplanicie granadina aún vigentes, como son el caso del cascaborras en la Puebla de Don Fadrique, o del cascamorras en Baza-Guadix, sin olvidar los ya desaparecidos cascaborras de las Fiestas de Moros y Cristianos de Benamaurel o el cascaborras en Caniles, y que, de una manera u otra, todos podrían tener un cierto punto de unión cuyos orígenes podrían remontarse a la Edad Media o Renacimiento y que, como veremos a continuación, tendrían dos funciones principales en las localidades.
El primero de ellos, el cascaborras de la Puebla de Don Fadrique, tiene cierta relación con otros pueblos almerienses cuyo fin es recolectar dinero para las ánimas benditas. Según los últimos estudios realizados:
Los cascaborras, tienen su origen a finales del siglo xv. Eran una milicia encargada de evitar el pillaje y el vandalismo propio de los disturbios que se producían entre moriscos y cristianos venido de otras partes, al intentar que se respetara el nuevo orden establecido. Sus componentes se llamaban «calcaborros» o «cascaborros» que iban armados con palos (la cascaborra) y tenían el privilegio de pedir limosnas para sustentarse y de golpear en caso de que alguien no se las quisiera dar. En 1543, las milicias de «cascaborros» se integraron dentro de la hermandad, para reforzar la misión recaudatoria de ésta por el campo y por el pueblo. Desde entonces forman parte del cortejo navideño que sigue recorriendo las calles y plazas de la Puebla para pedir limosnas para las Ánimas y siguen castigando con la cascaborra a quien no se la da (Rodríguez Martínez, 2013: 619-634).
El cascaborras de Baza-Guadix llega el día 6 de septiembre desde Guadix con una única misión: llevarse la imagen de la Virgen de la Piedad. Para ello solo puede defenderse con una porra o, mejor dicho, un palo, del que pende una vejiga rellena con serrín y trapos. Su aspecto es de bufón o arlequín con una vestimenta confeccionada con tres colores principales: rojo, amarillo y verde. Este porta una bandera, durante sus visitas a la feria y en la procesión, formada por seis paños de distintos colores. Destaca su misión durante los días 7 y 8 por las calles de Baza, donde pide limosna para costear gastos de la Hermandad de la Virgen de la Piedad de Guadix[25]. Dicha fiesta actualmente es declarada de Interés Turístico Internacional.
En Benamaurel, los cascaborras están íntimamente unidos a su auto sacramental, considerado el de mayor contenido literario de cuantos se celebran en España. Iban vestidos con un traje negro y portaban una vara con un cordel en la punta y, atado a este, un manojo de trapos enrollados. Representaban a Asmodeo y Leviatán. Según la tradición, iban al principio del desfile procesional apartando a la gente y siendo el terror de la chiquillería (Martínez Pozo, 2012: 167).
Este personaje tan peculiar ha de tener origen medieval, pues, atendiendo al significado de «calcaborras», y de acuerdo con el estudio realizado por D. Brisset, «“borra” designa la lana grosera, mentras que, para Berceo, “calcar” es hincar a golpes» (Brisset, 1983: 1-6). También nos encontramos conexiones con este personaje en otros lugares de la península ibérica, como es el caso del Jarramplás en El Piornal (Cáceres), el Cipotegato en Tarazona (Zaragoza) o el Botarga en Retiendas (Guadalajara). En la procesión del Corpus de la ciudad de Valencia podemos encontrarnos, además, con varios diablillos y cascaborras, junto con una multitud de figuras bíblicas exóticamente vestidas, golpeando a los asistentes con unos tubos de cartón o algo similar. Justo para el día de San Antón, en el pueblo de Arquillos en la provincia de Jaén, aparece el pelotero que, tradicionalmente, es considerado como el demonio y que, vestido con traje blanco con botonadura roja y una especie de látigo acabado en una zapatilla de cáñamo, esparce caramelos por el suelo para que la chiquillería se agache a recogerlos y él los golpee. Tal y como es anotado por D. Brisset:
Como se aprecia, «el demonio recaudador» posee un rancio abolengo festivo y es capaz de las más variopintas transformaciones, con tal de seguir siendo el amo de la calle ciertos días al año. Su relación con los diablillos del Corpus, una vez más, se manifiesta al considerar que, en Caniles, pueblo colindante con Baza y también poseedor de vida comunitaria desde tiempos muy remotos, se llama «calcaborras» a los cabezudos que persiguen a los niños en su procesión patronal. Y ya se conoce la evolución por la que los «diablículos» del Corpus de Granada se convirtieron en los «cabezudos» actuales (Brisset, 1983: 1-6).
Analizando el cristianismo, uno de los siete pecados capitales mencionados en los primeros testimonios de esta religión fue la gula. A su vez, san Antón es el protector de los animales y suele ser representado junto a un cerdo, animal considerado incluso por la Biblia inmundo, pues, tal y como se dice en Deuteronomio 14:3-8: «… y el cerdo, aunque tiene la pezuña dividida, no rumia: será inmundo para vosotros. No comeréis de su carne ni tocaréis sus cadáveres». En cambio, con el tiempo y por rechazo de este animal por las religiones hebrea y musulmana, se convirtió en signo de identidad cristiana y fue bien considerado por su gran utilidad, extrayéndole todo para comer a lo largo del año en un momento de comunidad y familiaridad: la matanza. Por ello, España actualmente posee una gran riqueza gastronómica donde nos encontramos con rasgos de mestizaje de los diferentes pueblos asentados en la península ibérica durante el Medievo, es decir: judío, musulmán y cristiano (Martínez Pozo, 2014: 11-21). También cabe la posibilidad de que cascaborras, en las fiestas de Orce, tuviera un doble sentido: no solo actúa como un demonio, sino que, en recuerdo de las tentaciones carnales, podría identificar a este apetitoso animal, es decir, al cerdo, el cual incita a uno de los siete pecados capitales, la gula (Brisset, 2009: 376). Aún más, una de las tradiciones todavía vigentes es la suelta de un cerdo por las calles del pueblo, denominado «el marranico de san Antón», que vagará libremente y será alimentado por los propios vecinos, quienes, en días de bastante frío, en ocasiones lo cobijan en sus casas[26]. El puerco finalmente es rifado, siendo el dinero recaudado para la fiesta en sí. También cabría la posibilidad de que, entre los porqueros orcenses, el cascaborras simbolizase al rey elegido de entre ellos. Según D. Brisset:
Los festejos en su honor (San Antón) causaron problemas con las autoridades, como denotan el bando del alcalde de Madrid en 1619 disponiendo que se celebraran fuera de la villa, y su prohibición en 1697. El motivo parece hallarse en la elección por parte de los porqueros de un rey entre ellos, y otro entre los puercos (Brisset, 2009: 368).
Por último, hay que argumentar que Cascaborras podría representar al Luzbel de la representación de Moros y Cristianos de Orce[27].
Aunque en otras poblaciones donde se celebran Fiestas de Moros y Cristianos existe un ritual al festero fallecido (Martínez Pozo, 2015c), poco se sabe en Orce. Solo se tiene constancia con la figura del cascaborras encarnada durante tres décadas por Juan Serrano Bujaldón, quien, durante su funeral, fue acompañado por la banda municipal y, al año siguiente de su fallecimiento, toda la comitiva le llevó desfilando una corona de flores al cementerio.
2.6. La incorporación de la mujer a la fiesta
Durante el siglo xix, la participación de la mujer en las fiestas era a partir de las denominadas mozas o damas de fiestas, dependiendo de un lugar u otro, quienes solían participar inmóviles en unas carrozas adornadas para la ocasión y su papel se sintetizaba en: saber estar, ser ellas y permanecer pasivas[28]. Su participación, dentro de las Fiestas de Moros y Cristianos, comenzó a partir de la figura de cantineras, siendo imitación de las cantineras militares que acompañaban al ejército. Son citadas en las fiestas del Levante en Petrer en 1870, en Jijona cuatro años más tarde, en Onil en 1886 o en Villena en 1890, y en Andalucía en las fiestas del Anejo Cullarense de Matián (Cabeza y Martínez, 2012). Su incorporación con cargos comenzó en Onil en 1886 como capitana, y en Petrer en 1905 como abanderada, rompiendo así con la tradición[29]. La Transición, junto al desarrollo del turismo, fue un marco político propicio para el movimiento feminista español. La Constitución de 1978 supuso un cambio y un avance en el que se aborda la igualdad entre hombres y mujeres y la libertad e igualdad de las personas[30], sucediéndose planes y programas, así como la creación del Instituto de la Mujer[31]. A partir de entonces, la incorporación de la mujer a las fiestas se hizo cada vez con mayor intensidad, considerándolas en igualdad de condiciones en la mayoría de las localidades (Martínez Pozo, 2015b: 79-87).
Las mujeres, en Orce, se incorporan sobre los años setenta del siglo pasado de manera tímida y probablemente aprovechando el desfile del día de la Zorra. Será bien entrados los noventa cuando sea más habitual verlas dentro de la soldadesca y en las tropas moras y cristianas. La primera mujer que se viste de danzante fue a principios de los años noventa, sin producir polémica alguna a pesar de ser considerados los danzantes de San Antón como la «danza de los hombres solos» por algún historiador y antropólogo[32].
2.7. La colación
Las Fiestas de Moros y Cristianos, como fiestas patronales, hacen que los miembros de una sociedad determinada posean un sentimiento de pertenencia que le hacen identificarse. En muchas ocasiones, es poco entendible por otras personas externas cómo ese sentimiento que envuelve a sus miembros les hace poseer un tipo de identificación social por su manera de vivir, comprender y entender la vida en torno a una comunidad: su comunidad (Martínez Pozo, 2015: 302-303). Víctor Turner usa el término communitas para referirse a un modo particular de relaciones sociales en un área determinada de individuos que llevan una vida común (Turner, 1988). Sea el pueblo que sea, en las Fiestas de Moros y Cristianos se vive en comunidad, con sus peculiaridades y características, que dependerán de su heterogeneidad, pero con cierta conexión los unos con los otros, porque conviven sus miembros compartiendo elementos cognitivos comunes. Atendiendo al antropólogo J. L. Anta Félez:
Entender las fiestas patronales, prototípicas de los pueblos mediterráneos meridionales, significa partir de la base de que nos encontramos ante un incrustamiento cultural de múltiples elementos que mantienen una relación hipertextual entre ellos. Los múltiples fundamentos que podemos encontrar al observar estas fiestas son una reiteración de otros, conformados por lo cultural en la comunidad y que conviven en torno a un mismo cronotopo (una realidad espacio-temporal cargada de «fuerza»). Es por ello que no caben las descripciones lineales, pues los diferentes motivos que conforman la fiesta están relacionados entre sí, en la medida en que forman parte de las «creencias» generales de la comunidad (Douglas, 1998: 104-106). Pero, a su vez, están separados en la medida en que conforman esferas diferentes de esa misma creencia. Se puede resumir todo ello diciendo que, primero, todos los aspectos que una persona puede vivir, sentir o creer se hacen de forma individual, pero las vivencias, los sentimientos y las creencias son parte de las construcciones socio-culturales y, segundo, no todos los individuos tienen por qué ser participantes o creyentes, basta con formar parte de una comunidad, aunque sea simbólicamente (como ocurre, por ejemplo, con aquellos que ya fallecieron), para vivir, sentir o creer de forma comunitaria, social y socializada. Consecuentemente, las fiestas, como catalizadores simbólicos de la cultura, tienden a ser momentos fuertes (R. Rosaldo, 1995), llenos de capacidad experimentadora, tanto para el individuo como para la comunidad (Anta Félez, 2003: 61).
El marco festivo es propicio para crear diversas formas de participación y contextos de socialización y sociabilidad en diferentes niveles de formalidad. Formar parte de la fiesta no es simplemente vestirse de un bando u otro e ir a todos los actos programados pues «[la fiesta] supone participación, aunque ésta sea a niveles tan elementales como pasear o consumir» (Rodríguez Becerra, 1982).
Aparte, después de los desfiles y actos, los orcenses se juntan en La Colación, lugar de confraternización y hermanamiento entre diferentes generaciones donde se bailará pero, sobre todo, los más mayores enseñarán a los adolescentes y niños, así como a los visitantes, las seguidillas de la localidad, principalmente las gandulas: baile típico que debería ser analizado por etnomusicólogos, pudiendo contribuir así al conocimiento y preservación de este. Todo ello acompañado por una bebida, la cuerva (Martínez Pozo, 2014: 19-21), y por frutos secos acompañados por semillas de cáñamo tostadas[33].
Miguel Ángel Martínez Pozo
Universidad de Jaén
Del escrito anterior he sacado lo más destacado sobre las fiestas de Orce.
es aquí, en este justo período de tiempo, cuando nos encontramos con el primer dato de Orce, allá por el año 1639, en el que «celebró la fiesta de su patrono con misas, procesión, representación de moros y cristianos con capitán, alférez, sargento y tres cabos, especificándose los gastos de pólvora y de la comedia» (Brisset, 1988).
Como bien podemos observar, diferentes aspectos descritos anteriormente ya se daban en Orce en el siglo xvii bajo la influencia de la creación de milicias y soldadescas, y la costumbre de solemnizar al santo patrón local con representaciones de moros y cristianos. Según M. Á. González Hernández:
En el momento en el que aparece el carácter festivo, es cuando la documentación hace referencia a la palabra «alardo» refiriéndose a la salida de vecinos vestidos, a su manera, de soldados que realizarán salvas de arcabucería en rogativas públicas (mayoría de los casos) o saldrán en las fiestas locales imitando compañías de arcabuceros utilizando los cargos militares de capitán y alférez, también haciendo salvas de arcabucería (siglos xvi-xviii). Será en el siglo xviii cuando se utilice la doble denominación de «alardo» y «soldadesca», para la salida de vecinos uniformados al estilo de los soldados, desfilando por las calles con acompañamiento musical y manteniendo el disparo de salvas de arcabucería (González
Por cercanía hablaremos de la ciudad de Huéscar, donde se tiene constancia de que, junto a la romería de la Virgen de la Cabeza, la fiesta contó con la presencia de una soldadesca, así como de flautas, tambores, alabardas, paje y bandera; simbología que podría tratarse de una posible presencia de Fiestas de Moros y Cristianos que posiblemente tuvieran a su vez una representación, al igual que ocurre en localidades cercanas del altiplano granadino (comarcas de Baza y Huéscar). Los oficiales de la soldadesca tomaban las insignias de sus cargos (bastón, bandera y alabarda) al término de la procesión de la ermita y quedaban nombrados para el año siguiente. La soldadesca actuaba en dos momentos: la víspera y el mismo día de la fiesta (Pulido, 2009).
Como fiesta que ha ido adaptándose y fusionando otras, la soldadesca de Orce es un claro ejemplo de ello. Tal y como dicen sus instrucciones elaboradas en un pequeño libreto:
Dice la tradición que serán soldados de San Antón aquellos mozos entrados en quintas… Por ello la indumentaria será la de uniformes del ejército actuales o de los últimos años de cualquiera de sus cuerpos, uniformes completos, con gorra o boina, camisa, pantalón, cinturón y botas. Para el desfile se dispondrá de una escopeta […] Se desfilará en dos filas, al mismo paso marcado por los tambores (Cañabate y Martínez, 2012: 249).
Como fiesta civil más que religiosa que es la soldadesca, la influencia de la mili ha quedado patente entre los orcenses. Hasta el año 2001, cuando fue abolida, los quintos o mozos que habían sido llamados para realizar el servicio militar solían hacer una fiesta denominada la «fiesta de los mozos», aún viva en algunas poblaciones, y que se consideraba un ritual de paso entre la adolescencia y la etapa adulta masculina. Aparte de poseer sus fiestas propias, como eran el «día de la talla» o el «día del sorteo», también intervenían en otras, trasladándose rituales de unos a otros ciclos. Ese es el caso de Orce, donde a la antigua soldadesca se incorporó, fusionándose en perfectas condiciones, la importancia que para el pueblo tenía la incorporación masculina a la etapa adulta. Una manera de celebrarlo por medio de sus fiestas grandes. Y es más: en esta población del altiplano de Granada, se mantiene en su estado más puro el desfile en dos hileras marcando el paso al son de la banda de tambores y cornetas que se sitúan siempre tras ellos en los desfiles. Tal y como viene en sus instrucciones:
Deben adoptar la misma actitud que estos (los soldados). Tocará la caja el redoble para bailar la bandera y un corneta dará las órdenes de inicio y de parada de los desfiles y para acompañar la misa. En la víspera de San Sebastián, a la salida de la ermita, deberán tocar paso lento hasta dar la vuelta la misma. Durante las luchas de moros y cristianos mantendrán su toque en todo momento para indicar a los soldados que deben mantener el paso (Cañabate y Martínez, 2012: 254).
Es de destacar la indumentaria de los tambores y cornetas, quienes van vestidos muy parecidos al grupo actual de las Fuerzas Regulares Indígenas creadas por una Real Orden del Rey Alfonso XIII firmada en Madrid el 30 de junio de 1911, las cuales hoy están representadas por los Grupos de Regulares de Melilla n.º 52 y Ceuta n.º 54, siendo las más condecoradas del Ejército español. Dicha indumentaria consta de un uniforme color kaki o garbanzo, correaje de cuero, capa blanca (alquicel) o azul (shulam) y un característico gorro rojo (tarbuch).
2.2.1. El paje y el alférez
Dentro de las fiestas de Orce nos encontramos con un personaje: el paje. Según cuenta la tradición:
Representa la inocencia de la fiesta, por lo que estará encarnado por un niño o una niña de entre cinco y diez años. La ropa la proporcionará la organización e irá vestido con un gorro tocado con una pluma, una camisola y un pantalón corto bombacho, todo del mismo color que será azul con San Antón y de rojo con San Sebastián, leotardos blandos y calzado a juego lo más cómodo posible (Cañabate y Martínez, 2012: 252).
Tras el estudio e investigación de las fiestas, apreciamos que este personaje es conservado en aquellas poblaciones donde poseen unas arraigadas y tradicionales Fiestas de Moros y Cristianos. Son el caso de Caudete, Sax, Petrer, Castalla, Abanilla, Yecla y, hasta hace pocas décadas también en Beneixama, Biar y Onil (Domene, 2015: 67), procediendo de la soldadesca y, con ella, de las antiguas fiestas reales y de la fiesta del Corpus (Domene, 2008: 11-17).
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